Cuatro silbidos volaron, por encima de la mesa. El brazo pintado descubría naipes y el otro en la botella, apretando los dientes. El pianista desde el espejo furtivo, desde el último acorde, acompañó a los cuatro mientras las tablas mansas arroparon los vasos rotos. Se empaparon viscosas las tablas sobre el río negro en el eco de los pies colgando...
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