domingo

- 19/V/2013 (I)


Calle ancha (Rumba) by Niño Josele on Grooveshark   Volvía cada mediodía con un paquete de cigarrillos negros arrugado en el bolsillo de la camisa, otro recién comprado en el pantalón y las alpargatas sucias. Las mangas de la camisa pulcras y la gorra de lado. El llavero colgado del cinturón tintineaba por toda la calle antes de doblar la esquina y todos se ponían sobreaviso. Nunca entraba directamente a casa y muchas veces había que ir a buscarlo y esperar que terminara la partida. Aquellos días se quedaba en el pellejo el olor a vino y serrín de la tienda hasta la noche, cuando el fresco amargo y dulce de  la tienda daba paso al neutro y confortable olor blanco del jabón.
  Lo cierto es que salía muy temprano por la mañana desde que tenía memoria. Jamás se le había visto levantarse después de las ocho o quedarse una mañana entera en casa. Cuando no subía al campo dedicaba las mañanas a sus "asuntos" por el pueblo. Aquellos misteriosos "asuntos" no eran otra cosa que algunas visitas a amigos y conocidos o al consultorio del médico, del que se hizo amigo muy al principio por lo seguido de las visitas. Aunque nunca había estado realmente enfermo hasta el final de su vida. El médico despachaba con él toda la mañana o la tarde sobre cualquier cosa y luego se encontraban en alguna taberna a continuar aquellos apasionantes debates sobre vaya usted a saber. Jugaba todas las loterías existentes con la remota ilusión de comprarse "una isla desierta", algo que solía divertirnos mucho cuando él no estaba y que no se podía mencionar en su presencia, claro. Sólo ella se atrevía a soltarle alguna que otra ironía de vez en cuando.
  Era querido y respetado por todos a pesar de su carácter difícil, quizá más por su pasado que por su presente de emérito retiro, y no se le conocían enemigos a parte de sus hermanos, que estaban todos enemistados entre sí en un batiburrillo de orgullos y malos prontos difícil de entender desde fuera de la familia.
Algunas tardes, cuando el vino y la digestión no lo dejaban dormido, llamaba a alguno a su habitación para contar alguna historia o simplemente impresiones sobre la vida en general, lo humano y lo divino. Entonces no solíamos entender aquellas historias ni aquellos consejos, sólo ahora empiezan a cobrar un rotundo, categórico, sentido todas aquellas tardes oyéndolo sentados al borde de la cama.


No hay comentarios:

Publicar un comentario